“En torno del agua en las literaturas de la Argentina”
En la historia de la humanidad el agua es el elemento vital que ha permitido el asentamiento de comunidades y, luego, de civilizaciones. En cada zona del planeta no solamente los humanos, sino todos los seres vivos se han reunido a su vera o han migrado periódicamente para buscarla. Así, hablar de agua es aludir, primero, a lo que modernamente se ha denominado naturaleza. Aunque, un paso más acá de la oposición binaria ‘naturaleza/humanidad’, sabemos que hablar de agua es abarcar casi la vida entera. Este elemento convoca hoy a tomar conciencia medioambiental, a la par que, como siempre, conduce a íntimas profundidades personales y colectivas. Ningún nivel de significación debe excluirse.
Las aguas determinan regiones geográficas y culturales, así como bio-regiones (McGinnis, 1999), que preceden al recorte de naciones, y perviven: por ejemplo, el Río de la Plata exige considerar la Banda Oriental del Uruguay; la cuenca del Paraná también obliga a abarcar lo transnacional. A su vez, las varias cuencas hídricas -de los ríos Salado, Quequén, Carcarañá, Pilcomayo, Colorado, Desaguadero, entre otros- empujan a mirar lo interregional y lo interprovincial. La pluralidad se abre hasta donde cada investigador pueda y quiera.
Sin duda, se puede reflexionar sobre la saga de nuestros ríos de llanura o de montaña. Solo por aludir a algunos, señalamos la saga del Paraná en las Aguafuertes fluviales de Paraná1 (1933), de Roberto Arlt, y en la novela Río Negro (2014), de Mariano Quirós. De manera semejante, la saga del Río de la Plata, en la novela Tres muescas en mi carabina (2002), de Carlos María Domínguez, y en el poemario Canción de amor vegetal (2003), de Javier Cófreces y Alberto Muñoz. Pero no todo es río. Cuando pensamos en las aguas consideramos múltiples variantes: riachos, fuentes, arroyos, lagunas, lagos, mar, tajamares, pozos, tomas de agua, redes cloacales, tuberías, desagües…Así, por ejemplo, los poemarios La zanjita (1991), de Juan Desiderio, y Volverá el mar y se irá… como entonces (2007), de Néstor Groppa.
Colectividades y ecosistemas surgen, se adaptan, mutan y mueren, o no, según la humedad habida. A propósito de la primacía del agua y de la importancia de la navegabilidad de los ríos surgió la canónica, temprana y fisiocrática “Oda al Paraná” (1801), de Manuel José de Lavardén. ¿Qué otros espejos o cursos de agua han pesado de manera análoga en las literaturas argentinas de las diversas regiones?
Así como la abundancia del agua ha sido a veces rectora de la economía, indicando dónde vivir, de qué y cómo, a lo largo de extensos períodos su escasez ha dictado qué batallas librar y qué modificaciones se imponen, quiérase o no, como en La flor de hierro (1978), de Libertad Demitrópulos, y en el pampeano Cancionero de los ríos -recopilado inicialmente en 1985 a propósito de la falta en el Atuel-Salado, ampliado en las tres ediciones posteriores-.
Para ofrecer respuestas acerca de cómo se ha ido dando la relación entre agua y literatura en lo que hoy es nuestro país inquirimos las creaciones literarias situadas y/o imaginadas en relación con alguna forma de acuosidad en las tres direcciones temporales conocidas: pasado, presente y futuro, relación rica y compleja, gracias a la inmemorial asociación entre agua y transcurso temporal. Por lo pronto, podemos asumir tanto los tiempos de la enunciación, cuanto los de la diégesis, cada uno de los cuales abre abanicos diferentes. En el primer caso, podríamos retrotraernos a los momentos fundacionales, en cuyas literaturas de la colonia Luis de Tejeda tiene algo que aportar; o, incluso, más atrás, hasta las producciones precolombinas de nuestro subcontinente sudamericano. En el segundo caso, se nos ofrece indagar en los modos en que el agua figura en actualizaciones de algún pasado más o menos remoto, como en Zama (1956), de Antonio Di Benedetto, y en El río oscuro (1943), de Alfredo Varela.
Aparte, junto con los sentidos tradicionales del agua en la literatura, cada época aporta su mundo peculiar. En nuestra contemporaneidad, el espectro es amplísimo y acuciante, ya que el agua se ha convertido en el recurso natural cada vez más valorado debido al calentamiento planetario y al deshielo de los polos, con sus consecuentes sequía, como en la novela El camino de las nutrias (1949), de Gastón Gori; o bien, sobre el anegamiento, como en la novela Crónica del diluvio (1986), de Antonio Nella Castro. Más aún, la crisis en torno del agua muy a menudo promueve que presente y futuro se reúnan. La actualidad se diversifica en un número quizás abrumador de obras para sopesar en qué construcciones de significación interviene su presencia. He aquí los harto diferentes ejemplos de los cuentos de La coreografía de los mares (2002), de la rosarina Lulú Colombo; el relato La edad del agua (2014), del porteño Marcelo Carnero; el poemario Ríos de memorias y silencios (2015), de la misionera Olga Zamboni; la novela No es un río (2020), de la entrerriana Selva Almada; la novela póstuma Río de gelatina (2021), del tucumano Eduardo
Rosenzvaig.
Respecto de tal futuro, encontramos algunas proyecciones que suelen verse bastante intimidatorias y/o fantasiosas, como las que leemos en El gran surubí (2013), de Pedro Mairal, o en Las aventuras de la China Iron (2017), de Gabriela Cabezón Cámara. Oteando etapas venideras, con toda la carga de esperanzas y de temores que el gesto implica, leemos utopías y distopías más o menos sociales y medioambientales, como la novela Berazachussetts (2007), de Leandro Ávalos Blacha, y El rey del agua (2016), de Claudia Aboaf.
Simultáneamente, las aguas literaturizadas pueden brindársenos individuales o comunitarias, esto es en relación con un único individuo, según se presenta en los cuentos de Acá había un río (2019), de Francisco Bitar, o en relación con un grupo, conforme se aprecia en el poemario Resonancias renuentes (2011), de Hugo Gola. Esta diversificación permite pensar que, a la par del agua que llevó a conquistadores a plantar bandera y a inmigrantes a armar sociedad, están las aguas emocionales y las ineludibles aguas del parto y del llanto, sean lágrimas vertidas o contenidas, anteriores a toda administración. En efecto, donde y cuando se rompen aguas acontecen la vida y sus torsiones, clamando, como en la novela La débil mental (2014), de Ariana Harwicz -después llevada al teatro-; el poemario Teoría sentimental (1994), de Mirta Rosenberg; El limonero real (1974), de Juan José Saer. Por tanto, en torno del elemento convocante es inevitable la pregunta acerca de la interrelación entre el sujeto y sus contextos, propios y ajenos, vegetal, animal y humano, ideológico, estético, y educativo.
¿Cuánto y cómo figura el agua en las literaturas de la Argentina? ¿Cuán decisiva es su presencia, o su ausencia, para la floración literaria, con sus variadas figurativizaciones? ¿Cuándo integra un imaginario, personal o colectivo? ¿Qué posibles sentidos asume, desde lo económico hasta lo espiritual, desde maneras de dominación a estilos de afectividad, desde lo épico hasta lo confesional, entre tantos otros caminos? Baste mentar los poemarios Aguas aéreas (1991), deNéstor Perlongher, Agüita (2010), de Inés Aráoz, y Aguas (2013), de Alicia Genovese.
Vemos que, a causa del estado del líquido elemento hay multiplicidad de acontecimientos en el lugar y en el momento en que las aguas abundan, fluyen, son surcadas, ralean, se evaporan, se estancan, se dividen -naturalmente o por negociaciones gubernamentales-, se congelan, se desvían, chorrean, gotean, inundan, llueven, se embalsan, se filtran, se derraman, se derrochan, faltan, etcétera.
De entre los estudios filosóficos y literarios, especialmente la ecocrítica se ha ocupado de este vínculo y su problematización, con sus muchas vertientes, por ejemplo: Arne Naess (1989), Freya Mathews (1991) y Lawrence Buell (2005). Para profundizar en esta línea sería útil indagar en la página de ASLE (Association for the Study of Literature and Environment). Desde lo sociológico y lo antropológico también ha habido estudios muy interesantes, como los de Maude Barlow (2001) y Veronica Strang (2015 y 2023). Asimismo, desde el punto de vista de lo simbólico y de lo mitológico, contamos con el clásico y fundamental El agua y los sueños (1942), de Gaston Bachelard, pasando por las apreciaciones del imaginario y la mitodología de Gilbert Durand (1996) y, más recientemente, de José Manuel Losada (2014), aparte de la miríada de trabajos publicados en revistas especializadas en esta mirada, como Amaltea, avalada por Asteria (Asociación Internacional de Mitocrítica).
Como se ve, este número de Confabulaciones planteado en torno del agua da cabida a una gran variedad de obras, autores, enfoques y tendencias teóricas y críticas. Consideramos que, en este caso, prefijar líneas implicaría cerrar un espectro de opciones que puede rendir frutos abundantes y asombrosos, de los que no queremos privarnos. Lo que prima, sin dudas, es que en las literaturas el medio acuático puede constituir una razón implícita o manifiesta; también que, como motivo, asume un amplio arco de probabilidades semióticas, hermenéuticas, afectivas, simbólicas, míticas y políticas; y, por último, que, indefectiblemente, está unido a la vida y sus avatares
CONTACTO
Confabulaciones. Revista de Literaturas de la Argentina
ISSN 2545-8736
Directora: Dra. Liliana Massara
Editada por el Instituto Interdisciplinario de Literaturas Argentina y Comparadas (IILAC) Facultad de Filosofía y Letras – Universidad Nacional de Tucumán
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