¿Evaluar o no evaluar?. Fernando Korstanje

¿Evaluar o no evaluar?

La doble exclusión de las mayorías en nombre de la inclusión

Fernando Korstanje

/Docente de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán/

¿No se les puede dar a los estudiantes los libros, sin más, para que aprendan por su cuenta? Y si no entienden ¿quién garantiza que podrán entender las explicaciones del profesor? El razonamiento del profesor, sus palabras, ¿son de una naturaleza diferente a los razonamientos y palabras del libro? Y si así fuera, ¿no habría todavía que explicar la manera de entender las explicaciones del profesor? Y así podríamos seguir en una espiral hacia el infinito.
Jacques Rancière

La pandemia hizo que muchos descubrieran que hay tecnologías distribuidas de manera asimétrica en la sociedad. La mentada brecha digital. Se descubren limitaciones de acceso a las tecnologías, y (por ellas o con ellas) la evidencia de una exclusión intolerable. Pero la exclusión ya estaba ahí. En un país injusto, del continente más desigual del planeta. Y en nuestras aulas presenciales y “normales”. En algunas facultades hay aulas desbordadas, clases magistrales de flujo unidireccional, baja relación docente alumno, y desaprovechamiento grave de estas mismas tecnologías. Nunca tendremos oportunidad de conocer a los y las potenciales estudiantes que no accedieron a la universidad porque no pueden afrontar los gastos de transporte y apuntes, las madres solteras que trabajan para mantener sus hijos, los y las que cocinan para su familia, los campesinos y los presos, por dar algunos ejemplos. ¿Por qué resulta intolerable ahora lo que se toleraba antes? Tuvimos (y no usamos) un amplio margen de maniobra para hacer algo que disminuyera esas múltiples causas de exclusión, empezando por nuestra casa. Por ejemplo: ¿Por qué tolerábamos que no hubiera internet para los estudiantes en nuestras universidades? Se la negábamos antes. Y hoy, que ellos mismos deben proveérsela, nos rasgamos las vestiduras y les decimos que no tienen suficiente ancho de banda o crédito. Y diagnosticamos la desigualdad de acceso sin hilar fino en el tipo de herramienta analizada.

Algunas preguntas que podrían alimentar un debate y descartar prejuicios son: ¿Hay elementos definitivos para afirmar que (siempre hablando de la universidad) la educación a distancia y sobre todo la evaluación, aumenten una exclusión previamente existente?. ¿Es una verdad absoluta que, siempre, todo lo presencial es mejor?. ¿La “solución” de no evaluar o calificar a los alumnos universitarios soluciona algo a los excluidos o en cambio genera un nuevo problema, pero esta vez para la mayoría de incluídos? ¿Cuántos son los excluidos por la brecha digital? ¿es todo resta o también hay suma de estudiantes que antes eran excluidos por el sistema presencial y hoy pueden cursar? ¿cómo es realmente ese balance?. Y en todo caso ¿cómo y por qué la evaluación y acreditación de saberes lo afectaría de manera negativa?¿Qué dicen de esto los estudiantes? ¿Querrán hacer un esfuerzo que no les será acreditado?¿Estarían dispuestos a que nosotros decidamos cómo se aprovecha mejor su año?

Por último, habría que hacer una operación algebraica para arrimar un argumento de peso a favor de la evaluación de estudiantes universitarios y en contra del orden pedagógico de la normalidad: ¿Cuántos alumnos debemos esperar en las aulas post-pandemia?. La decisión de no evaluar puede llevar a una exclusión doble. Se los excluye este año (en que no pueden avanzar en sus estudios) y se los excluye el año que viene nuevamente al convocarlos a un cursado colapsado, con la matrícula duplicada por la llegada de los nuevos ingresantes. La porción de estudiantes antes incluída ahora pasaría a ser homogéneamente excluida, no ya por causas de sus propias limitaciones tecnológicas y socioeconómicas, sino producto de nuestras decisiones.

La exclusión es doble porque opera:

a) sobre el doble de estudiantes y,

b) el doble de veces. Este año y el próximo también (al menos para la mitad de ellos)

Parece absurdo discutir de manera binaria “qué es mejor”, presencialidad o virtualidad, como si no fueran complementos y como si estuviéramos ante la posibilidad de una opción. Aun así es interesante, como ejercicio especulativo, comparar nuestras respuestas de emergencia, improvisadas, con las archi-maduradas condiciones de la presencialidad real. Poner en el balance el tiempo muerto y costo de los desplazamientos físicos necesarios para entregar en papel impreso un trabajo que era digital de origen, el tiempo y el dinero invertidos en apuntes y fotocopias borrosas. ¿Qué tanto pierde lo analógico, la versión original, frente a una grabación digital?. Es hermoso encontrarse con los compañeros y los docentes en la facultad, la amistad, la militancia y el bar. Pero convengamos que no se puede ya venir a reivindicar como la panacea del diálogo educativo una clase magistral en un anfiteatro de 300 estudiantes. No digo con esto que todo lo presencial es obsoleto. ¡Válgame Dios y ampáreme de las acusaciones de ser un agente del Imperio a favor de la robotización de la docencia, el teletrabajo explotador y otras plagas!. Sostengo que lo digital ya está entre nosotros, que es un complemento que bien usado es virtuoso y además, justo en este momento, nos está sacando las castañas del fuego. Baste imaginar esta pandemia sin internet. Las llamadas nuevas tecnologías ponen en tensión las “concentraciones” (de libros en una biblioteca, de alumnos en un anfiteatro) y, sobre todo, las relaciones de poder entre el que enseña y el que aprende, que tienden a reequilibrarse en favor de los estudiantes. Los docentes estamos más vulnerables, al dejar registro de nuestras palabras. Tendremos que acostumbrarnos a estar más expuestos. Los métodos de enseñanza y de evaluación de una cátedra adquieren otra visibilidad y posibilidad de escrutinio por parte de los estudiantes universitarios. Pueden callarnos y darnos la palabra. Pueden ponernos en pausa o saltar pedazos enteros de nuestras clases. No es poco el control que ganan. También ganan tiempo. Un viaje a la facultad de una hora, para tomar una clase de dos horas y volver a casa a cocinar, hacen un total de 4 horas. Esa misma clase quizás la puedan escuchar con auriculares, a velocidad acelerada, en una hora y media, mientras realizan actividades rutinarias, o lavan la vajilla, van a hacer las compras, se mueven en diferentes espacios o comen mandarinas al sol. Pueden fragmentarla, pausarla, reeditarla, detenerla o repetirla. Ese ahorro de tiempo y dinero en viajes y la administración de los momentos de estudio ha permitido a muchos estudiantes universitarios cursar más materias de las que podía cursar de manera convencional, con el mismo gasto en tecnología que ya hacía. No quiero imaginar la desazón que puede provocarles saber que, por el bien de todos, no vamos a evaluarlos. Que su esfuerzo y el nuestro fueron ejercicios que hicimos juntos para “mantener el vínculo”.

Hoy sólo tenemos la posibilidad de comunicarnos con nuestros alumnos a distancia. Hay que hacer y pedirles un esfuerzo extra pero en el marco del mismo contrato pedagógico que nos vincula. Y eso incluye la evaluación. Por suerte, tenemos para ello tecnologías que ya tienen más de 30 años entre nosotros y vinieron desde el siglo pasado para quedarse. Hubiera sido deseable exigir una acción más decidida del Estado para democratizar el acceso de docentes y estudiantes a ellas, claro que sí. Con el gobierno pasado dejamos este rubro estratégico en manos del mercado y ya vimos que no era todo lo mismo.

Negarnos a usarlas para compartir conocimiento no es apenas conservador; desnuda nuestra inseguridad para mantener relaciones igualitarias, y alejarnos de métodos jerárquicos que (en términos de Rancière) imponen un “círculo de impotencia” dado por el orden establecido que subordina a un alumno a su maestro explicador. Es el explicador el que necesita del incapaz. Es él el que lo constituye como tal. Para explicarle una cosa a alguien, primero hay que demostrarle que no puede comprenderla por sí mismo.

Es pensando la inclusión en estos términos de emancipación que propongo que la vieja “normalidad” no vuelva nunca más.

Reinventar prácticas de enseñanza universitaria. Fernanda Hidalgo

Aportes para reinventar las prácticas de enseñanza universitaria en modalidad virtual en tiempos de COVID-19

Esp. Prof. María Fernanda Hidalgo

/Prof. Adjunta Cátedra Tecnología Educativa/

Estamos atravesando una situación de emergencia, excepcional, dinámica y transitoria con el cese temporal de las actividades presenciales y la implementación de estrategias de continuidad de la docencia en modalidades pedagógicas que no requieren la presencialidad. 

Es oportuno valorar el esfuerzo y dedicación que supuso la migración del sistema presencial al virtual. Si bien muchos docentes ya contábamos con espacios virtuales, como complemento de la enseñanza presencial, muchos otros fueron aprendiendo sobre la marcha con el apoyo institucional y apelando al autodidactismo también. De este modo, los docentes universitarios mostramos un fuerte compromiso con la tarea y una notable capacidad de adaptación para re-aprender a gestionar la clase en este nuevo ámbito.

En este contexto es central sostener el vínculo con nuestros estudiantes como una necesidad y condición básica para concretar el proceso de enseñanza y aprendizaje, garantizar su permanencia y evitar que las brechas sociales crezcan. Resulta fundamental establecer como prioridad “asegurar el derecho a la educación superior de todas las personas en un marco de igualdad de oportunidades y de no-discriminación” (IESALC, 2020,p.7).
Este nuevo marco demanda flexibilidad, resiliencia y resolución creativa de los problemas (Soletic, 2020a). Esta adaptación acelerada es trabajosa y compleja, pero abre oportunidades únicas para repensar el lugar de las mediaciones tecnológicas en la enseñanza y reinventar las clases en la universidad.

¿Educación a distancia, educación virtual, educación en línea?

La Educación a Distancia (en adelante, EaD) es una opción pedagógica con unas lógicas y dinámicas propias, cuya característica más destacada es la comunicación mediada entre docentes y alumnos. Es una modalidad educativa que permite establecer una particular forma de presencia institucional más allá de su tradicional cobertura geográfica y poblacional, ayudando a superar problemas de tiempo y espacio (Mena, M. Rodríguez, L. y Diez, M. L. (2010: 19).

Desde sus inicios la modalidad estuvo asociada a la evolución y hegemonía de determinadas tecnologías. Desde los materiales impresos con la educación por correspondencia se pasó a la primacía de los medios audiovisuales – Radio y TV - para confluir en los recursos Informáticos, con la utilización de Internet.

Las propuestas educativas que estamos construyendo, en el marco de la actual situación de emergencia por la pandemia COVID-19, no responden estrictamente a la EaD, no porque no sean EaD, sino porque estrictamente la formación a distancia implica un diseño integral de materiales en un tiempo determinado, establece modos determinados de intervención de los estudiantes, una estrategia didáctica y formas de evaluación que se desarrollan en muchos meses de elaboración. Además cuenta con docentes altamente preparados y estudiantes que eligieron esa modalidad de formación.

El foco en la planificación

Ante este escenario de suspensión de la presencialidad necesitamos gestionar la clase y re-aprender a hacerlo en otro ámbito y en poco tiempo. En este sentido es importante remarcar que enseñar en la virtualidad implica mucho más que trabajar con herramientas, plataformas o aplicaciones digitales, requiere un rediseño integral de la propuesta educativa (Soletic, 2020a).
Es necesario contar con una adecuada planificación que contemple: el modo y el tiempo en el que se va a realizar el proceso; los materiales o recursos a utilizar; los criterios y estrategias de evaluación: las acciones de retroalimentación y los canales de comunicación que reemplacen el vínculo cara a cara.

La secuencia de actividades como núcleo estructurante

Las actividades de aprendizaje son oportunidades valiosas para realizar una inmersión en los contenidos del curso y reconstruirlos en función de determinados objetivos (Soletic, 2020b). Las actividades traccionan a los estudiantes, apelan a que pongan en juego sus recursos, estrategias y habilidades, es decir, a participar activamente en el proceso de construcción de su propio saber. En esta línea es óptimo pensar en actividades que propicien la colaboración y la producción tanto individual como grupal y colectiva.
Es fundamental preguntarnos qué tipo de aprendizajes estamos promoviendo a partir de las actividades que proponemos a nuestros estudiantes. En este sentido, comparto aquí algunas recomendaciones: dosificar las actividades; proponer actividades que pongan en marcha estrategias cognitivas progresivamente más complejas; explicitar los propósitos que se persiguen; no centrar todas las actividades exclusivamente en los textos propios de la asignatura (Libedinsky, 2012); brindar retroalimentación de las actividades.

La importancia de los procesos de comunicación

Una adecuada comunicación garantiza el éxito de todo proceso educativo. Para ello es fundamental abrir espacios de atención y orientación permanente a los alumnos, intensificando los canales de comunicación con los estudiantes con modalidades como la clase de consulta en línea, espacios virtuales que funcionen como foros para atender dificultades y preguntas que surgen, sostener los espacios que ya funcionaban (facebook, Instagram).

Los procesos de socialización con colegas

En este de transformación del rol docente, cobra especial relevancia fortalecer el trabajo en red y la creación de una comunidad de práctica y aprendizaje en torno a la construcción colaborativa de conocimiento.
Experimentemos, produzcamos y trabajemos entre colegas, especialmente, los espacios de trabajo internos de cada cátedra, intercátedras, con los departamentos, con las mesas de ayuda y con otros colegas externos a nuestra Facultad.
Es recomendable documentar las propuestas educativas implementadas y sus resultados. Recoger la opinión de los destinatarios respecto de las dificultades o los aciertos del proyecto resulta imprescindible, en tanto permite identificar los logros y los problemas para mejorar.
Aún es prematuro pensar en evaluaciones sumativas en este contexto, pero podemos ir registrando los desempeños en estas actividades que vamos proponiendo.

Consideraciones finales

En este tiempo de pandemia no debemos perder de vista la situación de los jóvenes que no cuentan con dispositivos tecnológicos apropiados, ni con conectividad en sus hogares o uso de datos en sus celulares, no son problemas menores. Pero tampoco renunciar a la tarea educativa ni a nuevas formas a través de las cuales asegurar la continuidad formativa.
El óptimo trabajo en un entorno virtual no necesariamente estará dado por el uso de unos recursos tecnológicos de última generación, sino más bien, por la adecuada y flexible planificación de las actividades de aprendizaje, la selección de estrategias de comunicación efectivas, así como también por el continuo y oportuno seguimiento a las actividades de formación estipuladas en la planificación.

Para cerrar resultan pertinente citar las palabras de Mariana Maggio:

“Lo que queda es inventar: reinventarnos como docentes, pero también reinventar las organizaciones en las que trabajamos, las materias que damos y, mientras lo hacemos, inventar cada clase. Suena complejo, y sin duda lo es, pero no solamente es necesario: también es urgente” (Maggio, 2018,p.28).

Bibliografía

IESALC (2020). COVID-19 y educación superior: de los efectos inmediatos al día después. Recuperado de
http://www.iesalc.unesco.org/wp-content/uploads/2020/04/COVID-19-060420-ES-2.pdf
Libedinsky, M. Diseño de actividades de aprendizaje para aulas virtuales. En H. Nieto ,y De Majo, O. (comp.). Educación a distancia y tecnologías: lecturas desde América Latina (pp.103-119). Buenos Aires, Argentina: Universidad del Salvador.
Litwin, E. (1997). Las configuraciones didácticas. Una nueva agenda para la enseñanza superior. Buenos Aires, Argentina: Paidós.
(2003) De las tradiciones a la virtualidad. En E. Litwin, La educación a distancia: temas para el debate en una nueva agenda educativa (pp. 15-29). Buenos Aires, Amorrortu.
Maggio, M. (2018). Reinventar la clase en la universidad. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina: Paidós.
Mena, M. Rodríguez, L. y Diez, M. L. (2010). El diseño de proyectos de educación a distancia. Buenos Aires, Argentina: La Crujía.
Soletic, A. (2020a) Documento 2 Recomendaciones para el diseño de la enseñanza en la virtualidad. UBA. Recuperado de
(2020b) Documento 5 Recomendaciones para estudiar en la virtualidad en tiempos de pandemia. UBA. Recuperado de http://citep.rec.uba.ar/wp-content/uploads/2020/04/AcaDocs_D05_Recomendaciones-para-estudiar-en-la-virtualidad-en-tiempos-de-pandemia.pdf

Pandemia y violencia. Reflexión Beatriz Garrido

Pandemia y violencia contra las mujeres y de género

Dra. Beatriz Garrido

/Prof. Tit. Antropología y Etnografía General – Prof. Asoc. Antropología Social/

“El saber anticipado, el conocimiento a priori, las certezas, producen una narcosis que nos van anestesiando y hacen que descansemos en algo que va precipitándose en sentido común”

Alexandra Kohan

La actual pandemia de Covid 19 como momento de excepción de la vida humana, nos enfrenta con más fuerza al flagelo de la violencia contra las mujeres y de género, y los femicidios/feminicidios.
El feminismo y el movimiento de mujeres vienen denunciando desde hace décadas la violencia contra las mujeres y la violencia de género como una epidemia mundial, un problema estructural que atraviesa a todas las sociedades.
El feminismo ha estudiado esta problemática desde las distintas disciplinas para explicarla como una expresión del ejercicio del poder masculino sobre el cuerpo de las mujeres en la sociedad hetero-patriarcal capitalista.
Se han logrado legislaciones sobre esta problemática como resultado de la lucha de las mujeres para que todos los países aprueben leyes para prevenir, sancionar y erradicar la violencia.
No obstante, aun existiendo una legislación destinada a proteger a las mujeres, lo que se puede observar es que siguen siendo violadas, maltratadas y objetos de la trata; siguen muriendo mujeres y niñas como consecuencia de abortos mal practicados y/ o por falta de acceso a elementales métodos de anticoncepción, sólo para referir a algunos ejemplos. Esto evidencia la insuficiencia de la declamada igualdad jurídico-formal.
 

En el contexto de la actual crisis sanitaria, la pandemia del Covid 19, las políticas implementadas de protección de la población que han derivado en el aislamiento social ha llevado a que muchas mujeres quedaran indefensas junto a sus hijxs, en sus casas, con sus agresores. Esther Pineda G, en Diario Digital Femenino, señala que el Covid-19 está siendo utilizado por los agresores para ocultar sus crímenes y evadir a la justicia, así lo ponen en evidencia paradigmáticos femicidios recientemente cometidos en Argentina, entre estos el de Soledad Carioli (quien tras ser ingresada al hospital con síntomas de coronavirus y descartar su muerte por este, se develó que presentaba múltiples traumatismos perpetrados por su pareja) y el de María Solange Diniz (asesinada, descuartizada, quemada y enterrada por su pareja porque aparentemente tenía coronavirus).

El número de muertes de mujeres por violencia en este contexto ha crecido y ha llevado a las autoridades, a partir de las demandas del movimiento feminista, a instrumentar una serie medidas y estrategias, con distintos resultados, para resguardarlas de la violencia dentro del hogar.
De lo que se trata es de poner en evidencia que, a pesar de los avances de las legislaciones, el número de mujeres muertas sigue en aumento y no muestra signos de decrecimiento.
Es importante marcar por otra parte, que una legislación no puede desarrollar bajo ningún punto de vista una excesiva tutela sobre la vida de las mujeres asumiendo la consideración de incapacidad para ejercer su autonomía, así como victimizando a las mujeres como seres menores de edad. Tampoco es lo deseable aplicar castigos excesivos como medios eficaces para la resolución de los problemas y conflictos en la sociedad, pues de ese modo lo penal asume una relevancia desmedida pues se piensa que a penas más duras los problemas se solucionaran y esto está muy alejado de ser así, tal como lo demuestra la experiencia social.

Recientemente se dio a conocer el documento del Llamamiento frente al aumento alarmante de la violencia machista en la pandemia, en donde se señala con acierto que la pandemia de coronavirus en Argentina y en el mundo ha sumido a la humanidad en situaciones trágicas, dilemas éticos, cuestionamientos políticos y ha develado y puesto en evidencia desigualdades sociales y de género que no solo se mantienen, sino que se agravan, proponiendo acompañar la creación, ampliación y perfeccionamiento de los dispositivos para parar la violencia machista, con una fuerte campaña audiovisual nacional, incluida en la pauta publicitaria estatal, que en forma permanente circule por canales de televisión, radios y redes dando a conocer modos y lugares donde denunciar, a fin de visibilizar la decisión política de considerar la lucha contra la violencia ejercida sobre las mujeres y de género como una política central y permanente; y apelar al compromiso y construcción de tolerancia cero a las violencias patriarcales y machistas en cada familia, vecindario, barrio y comunidad, extremando las alertas y convocar a reforzarlas desde el gobierno en sus distintos niveles de acción, fortaleciendo las voces organizadas de las mujeres y grupos democráticos operando en cada barrio y comunidad.

En Tucumán se aprobó la ley de Emergencia en Violencia contra la Mujer que apunta a "revertir el número de víctimas por violencia contra la mujer", a "reforzar la política preventiva en la materia", y "optimizar los recursos del Estado en la lucha contra este grave flagelo social". También declara "política prioritaria para el Estado Provincial" el logro de los siguientes objetivos: a) ejecutar programas tendientes a la prevención, sanción, y erradicación de la violencia contra la mujer, niña y mujer embarazada; b) implementar "espacios físicos transitorios de asistencia y contención a las víctimas", sobre todo en aquellos casos "en que la permanencia en su domicilio implique una amenaza a su integridad física y psicológica"; c) fortalecer el trabajo estadístico sobre las denuncias y los casos de violencia contra la mujer; d) conformar una mesa institucional integrada por representantes de los tres poderes y de otros organismos públicos y sociales con injerencia en la temática; e) establecer un cupo mínimo en los sorteos de viviendas del Ipvdu para víctimas en situación de riesgo que cuenten con una medida de restricción en contra del agresor; e) poner en marcha una campaña masiva de difusión para la prevención y erradicación de la violencia contra la mujer; f) el otorgamiento de una licencia especial de hasta 30 días por año calendario para víctimas cuya integridad corra peligro (para el ámbito de la Administración Pública provincial). (La Gaceta, 2020)

 

Escrito en el encierro. Reflexión Paula Storni

Escrito en el encierro: reflexiones en pantuflas de una burguesa privilegiada

Prof. Paula Storni

/Cátedras Cultura y Comunicación e Historia de la Comunicación/

“El saber anticipado, el conocimiento a priori, las certezas, producen una narcosis que nos van anestesiando y hacen que descansemos en algo que va precipitándose en sentido común”

Alexandra Kohan

Seguridad ontológica, le llama Anthony Giddens: estado o sentir propio del ser humano moderno que describe el sentimiento de tranquilidad, confianza y estabilidad que experimentamos bajo el supuesto de que existe cierta predictibilidad de que las cosas de este mundo son de una manera, lo cual las hace más o menos anticipables y fiables, el “taken for granted” del que habla Bourdieu. Existen diferentes tipos de situaciones a lo largo de la historia y en la vida cotidiana que producen la pérdida de este sentimiento, la cual lleva a una situación crítica. Esta categoría, como tantas otras producidas desde las ciencias sociales, resultan operativas para pensar/nos en este contexto actual que ha puesto en suspenso muchas de las certezas para la acción social, haciendo tambalear nuestro mundo de vida.

En el contexto de aislamiento social que hoy vivimos, la crisis se manifiesta en distintos niveles y vamos atravesando distintas etapas, con momentos de mayor o menor comprensión, que se traducen en variadas reacciones cuyo denominador común es la producción continua de interrogantes acerca de las consecuencias o los efectos que tendrá esta nueva realidad, inesperada para muchos. El problema, creo, no está en las preguntas que nos hacemos lo que, por el contrario, resulta altamente positivo como ejercicio de reflexión en cuanto posibilita que el tan ansiado pensamiento crítico se apropie de nosotros haciéndonos “exotizar lo natural” (me pregunto cuánto tiempo nos llevará naturalizar, en el sentido de comprender, lo exótico, la novedad, aquello que desconocemos), es decir, provocando que aquello que estaba hecho cuerpo en nuestras existencias se transforme en una extrañeza, sacando afuera u objetivando aquellas verdades o certezas que se han hecho carne en nuestra experiencia. Ahora bien, resulta claro y hasta obvio que gran parte de esos parámetros en los que vivíamos y aun vivimos, responden a un modelo despiadado y aparentemente democrático: el de las sociedades capitalistas neoliberales. Todas nuestras prácticas, hasta las más banales y cotidianas están atravesadas por esta matriz cultural. En esta breve y rápida reflexión, quiero compartir con ustedes algunas consideraciones que no tienen como fin cerrar ningún interrogante sino, por el contrario, seguir abriendo preguntas que pueden ser profundizadas en el diario acontecer de nuestro encierro, tanto a través de la lectura como de la producción de ideas y conocimiento

a- Tiempo y espacio

Un gran porcentaje de nuestro desconcierto se traduce hoy en tener gran parte de nuestro tiempo disponible, al menos en lo que se refiere al modo de organizar las nuevas rutinizaciones. El desafío de construir la agenda propia para organizar nuestras tareas, a muchos puede resultarles una tarea tediosa, acostumbrados a ejercer y vivir un tiempo marcado por otros, y no el sentimiento liberador de esta relativa autonomía. Sin embargo, esta aparente libertad, se topa con un límite en el plano de lo espacial, en nombre de una responsabilidad que es propia e individual pero sobre todo colectiva. Aquí nuestra autonomía se ve más cercenada.
Acostumbrados a vivir de agendas que marcan y regulan no sólo los tiempos y ritmos de los cuerpos, sino la constante movilidad en el espacio: ir a trabajar, visitar al médico, hacer una caminata, ir al gymnasio, tomar un cafecito, leer, armar y dar clases, etc., pareciera que construir la nueva rutina resulta una tarea más fácil en cuanto a lo temporal. Pero no tenemos espacios más que los de la vida privada para elegir (a diferencia de otros muchos) y este encierro se convierte para muchos en una cárcel, una caverna, un pozo. Sin embargo, muchos de nosotros hemos descubierto nuevos modos de habitar esos espacios que parecían tan conocidos, descubriendo nuevos rincones o nuevos usos para viejos lugares.
En mi caso, nuestra casa se ha hecho más grande bajo el descubrimiento de un Nuevo Mundo. Se ha agrandado el espacio vital. Entonces pensamos en cómo habitarlo dejando las huellas que antes rápidamente se borraban con los tiempos urgentes y acelerados del Antiguo Mundo.
Todo el tiempo, el Otro Tiempo, se ha suspendido.
No sin sorpresa he descubierto que mi agenda era un mapa más que un reloj. Por eso está vacía. Convertirla en palabras pues, será la solución. Habitarla. Crear otros espacios dentro del espacio, podrá salvarnos o al menos, ayudarnos a construir nuevas seguridades aunque sean éstas transitorias.

b- Cuerpos sanos (de virus) / mentes, ¿enfermas?

El capitalismo en sus distintas fases, pero especialmente el neoliberalismo con sus efectos en todo nuestro mundo de vida, ha generado, entre otros males, un despiadado control de los cuerpos y las subjetividades de los seres humanos, en distintos planos. En el campo laboral, por ejemplo, a través de un sistema tan organizado y, lamentablemente, naturalizado en los modos de ejercer la dominación, nos hemos acostumbrado a 'dar todo' en nuestras ocupaciones, intentar 'ser los mejores' y no descuidar nuestra "formación continua" en nombre de la "riesgosa y despiadada competencia", etc. Hemos asumido estas obligaciones, que aún suenan muy bien en nuestros oídos eficientistas, como un deber de todo aquel que se jacte de ser un 'trabajador responsable'. En ese intento de cumplir con los deberes del sistema, algunos cuerpos o algunas mentes han sucumbido ante las presiones.
Algunos de los “males” psicológicos de época han sido, justamente, resultado de estos mandatos. Ataque de ansiedad, ataque de pánico, déficit atencional, stress laboral, etc. Se han creado diagnósticos con síntomas muy poco claros o demasiado generales para estas nuevas patologías: falta de aire, miedo, mareos, taquicardia, temblores, etc.

En estos días de encierro y pandemia he escuchado y leído en medios y redes sociales anuncios de los que podrían llegar a ser los nuevos males sicológicos en este contexto de aislamiento obligatorio. Es decir, a días de haber comenzado con algo de lo que aún no teníamos experiencia, los diagnósticos certeros acerca de lo que podría ocurrirnos se hacían escuchar en boca de los profesionales consultados.

Vuelve aquí la pregunta que ya venía haciéndome acerca de si los médicos son los que “enferman a los enfermos”. Es decir, si estos profesionales de la salud son los que emiten, en primer lugar, la categoría de enfermo y nos ubican dentro de ella con algunos de los diagnósticos construidos, asumiendo de nuestra parte esa caracterización y sus efectos con total confianza en el saber de aquel que sabe. Los sistemas, en última instancia, ¿crean también las enfermedades? No me estoy refiriendo aquí a los virus, claro. Ya tenemos larga lista de hipótesis conspirativas que de uno u otro modo se asocian con la lógica del neoliberalismo. Lo que señalo es que del mismo modo que se afirma que hoy las maneras de educar y aprender no serán las mismas (en realidad la afirmación es bastante obvia pues han dejado de ser las mismas hace ya tiempo), se pronostican cuáles serán las transformaciones que sufrirán nuestras mentes “afectadas” por este aislamiento. Estos diagnósticos precipitados parten también de la lógica misma de un sistema de salud que, en su versión neoliberal, asume una perspectiva individualista y psicologizada de los males de la salud mental. Basta realizar una búsqueda rápida en google de los términos “aislamiento social y salud” para descubrir con poco asombro que ambos se encuentran asociados en gran número de titulares con los males que sobrevendrán como efecto del encierro en los hogares. Tal vez la clave está en no patologizar una situación que, aún hoy, es nueva. Porque, al fin y al cabo, las víctimas de los diagnósticos somos nosotros.

c-Saber/no saber

Otro de los pilares sobre los que se erigen nuestras seguridades es el saber, no entendido como conocimiento académico o enciclopédico necesariamente, sino como posibilidad de dar respuesta a un interrogante o un problema. Ese saber es el que sostiene toda la estructura de nuestras prácticas porque estamos acostumbrados a buscar (y obligatoriamente encontrar) respuestas y explicaciones ante todo elemento que resulte novedoso y represente una amenaza ante la posibilidad de la respuesta. Desde aquellos seres terrenales que estamos confinados en nuestros espacios privados hasta aquellos iluminados intelectuales, todos los seres privilegiados que en este mundo podemos detenernos en la reflexión filosófica, nos hemos visto en la necesidad de dar respuesta o producir explicaciones sobre las causas, los rasgos y los efectos posibles de la pandemia y el confinamiento. Vivimos a la espera de que alguno de esos saberes producidos sea capaz de permitirnos no sólo saber qué. sino, especialmente, saber cómo.

Este mandato de salir de la duda, mala palabra en este sistema de verdades, de la incertidumbre, de la incerteza, es propio de la misma lógica del mundo capitalista neoliberal que habitamos y de la necesidad de dar y tener respuesta de y para todo, produciendo una sobrevaloración del saber y estigmatizando a la incertidumbre y al sujeto que no sabe. Posiblemente no haya respuestas y la única certeza, al menos por ahora sea la de asumirnos ignorantes y “soportar la fragilidad que implica que no haya garantías”


*Nota de la autora: Este texto es producto de la suma de notas rápidas que he venido tomando en cuadernos, blogs de notas y libretas en el marco de la situación actual y que, seguramente coincide con muchos de los interrogantes que se han planteado los lectores.

Contigo en la distancia. Reflexión María Marta Luján

Contigo en la distancia

Dra. María Marta Luján

/Cátedras Cultura y Comunicación e Historia de la Comunicación/

Los procesos sociales actuales y pasados, aquello que imaginamos y las teorías que elaboramos son canales, puntos de partida, limitantes y condicionantes del futuro. Pero el porvenir no se limita a esto: también existe el azar, la contingencia y todo lo que puede ocurrir más allá de nuestra imaginación.

Adriana Puiggrós, Volver a educar, 1995.

Un principio que ya forma parte de la doxa en los estudios contemporáneos de Comunicación, sostiene la necesidad de desencializar las tecnologías, las que no son buenas o malas “en sí” sino que constituyen, en todo caso, dispositivos a disposición, cuya función depende del uso que se haga de ellas, de las apropiaciones, que pueden ser útiles a la reproducción de relaciones de poder, pero que también pueden operar como mecanismos de resistencia. Los libros, las redes, ni tienen la culpa ni son la solución.

En los últimos días, en el campo de la docencia en general y en el ámbito universitario en particular, se ha desatado una catarata de reacciones apocalípticas en relación al uso de herramientas virtuales como una posibilidad para sostener los vínculos educativos.

Se ha llegado, incluso, a asimilar dicho uso al neoliberalismo y su lógica productivista, deshumanizadora y enajenante, y a culpabilizar a dichos recursos de la deserción estudiantil y de la precarización laboral.

No obstante, de lo que se trata, creo, es de apelar a los nuevos dispositivos tecnológicos, precisamente, para torcer esa lógica y abrir un espacio en el que sea posible horadar los mecanismos a los que el neoliberalismo acude con el objetivo de crear subjetividades funcionales.
Hay puntos de partida, creo, alrededor de los cuales hay un consenso generalizado: como estudiosos de las ciencias sociales, no debemos renunciar a discutir y oponernos al uso compulsivo de dichas herramientas; tenemos el deber ético de no caer en la ceguera frívola de negar las asimetrías y las brechas digitales de los estudiantes y se nos impone desfetichizar la panacea de una comunicación digital democrática y accesible para todos; no podemos permitirnos sucumbir ante el canto de sirena de una virtualidad desarraigada de los territorios de las desigualdades. El encuentro de los cuerpos en el proceso de aprendizaje es irremplazable y el rol del docente, insustituible. El espacio físico de la institución educativa no se puede trasladar, sin más, al ámbito doméstico. La virtualidad como recurso no es la que se utiliza en la educación a distancia en una situación de normalidad, es una virtualidad en el contexto de la cuarentena como situación límite. No se trata de la mutación de un sistema a otro.

Sin embargo, un virus nos interpela hoy como docentes y nos sitúa en una zona de clivaje en la que la parálisis debe quedar excluida como posibilidad. Marcar un hiato, suspender la educación como diálogo, instaurar la cultura del silencio, no es una opción para los que apostamos al sostenimiento de una educación pública inclusiva.

Cuando la crisis nos pone a prueba-dice Naomi Klein- retrocedemos y nos desmoronamos, o crecemos y encontramos reservas de fortalezas, empatías y solidaridades de las que no sabíamos que éramos capaces. Frente a la imposibilidad de una educación cara a cara, los docentes tenemos que pensar en formas distintas de educar, en modalidades alternativas para sostener los vínculos con el fin, precisamente, de evitar la deserción. Este contexto nos brinda –como nunca antes- la posibilidad de visibilizar las desigualdades de acceso digital de los alumnos y de constatar las reales asimetrías que los fragmentan; sin embargo, esa evidencia no tiene que quedar estancada en la crítica como queja, paralizante, obturadora del trabajo por una inclusión educativa, que evoca al discurso elitista y conservador del statu quo “los pobres no llegan a la Universidad” y, como pobres hubo siempre, para qué intentarlo.

Por contrario, la pandemia tiene que ser el punto de partida para implementar mecanismos, por parte del Estado, de las Universidades, de las Escuelas, de los directivos y docentes de sostener la educación como diálogo y contener a los alumnos desde el cuidado. Que la intemperie sanitaria y económica no sea, además, desamparo educativo. Se trata de dar la pelea –difícil, sí, con fallas, seguro- para poner al alcance de nuestros estudiantes todos los recursos necesarios tendientes a la inclusión, de poner en marcha una educación a distancia otra, que no necesariamente se limite a las plataformas virtuales, y se complemente con medios como la televisión o la radio o con la distribución de material impreso.

Lo indiscutiblemente individualista es negarse, como docentes, a ensayar todo lo que esté a nuestro alcance para sostener la ya desguazada educación pública profundizando otra brecha: la de la docencia universitaria como elite divorciada de la realidad social y sus demandas. Porque la docencia es, amigues, como la salud, un servicio público. En nuestra Facultad, la tarea sostenida de los representantes estudiantiles para acompañar a sus compañeros, actuando como nodos de redes de solidaridad, debería ser una enseñanza para los profesores.
Lo realmente funcional al neoliberalismo es la parálisis de la educación pública, porque ello significaría renunciar a un espacio clave en la disputa con el poder; implicaría ceder el lugar del ejercicio crítico tan denostado por el criterio eficientista de la derecha; supondría cercenar el derecho de los alumnos de tomar la palabra, impedimento en el que, como dijo Paulo Friere, radica el verdadero analfabetismo.

Quedarse quietos –que no es lo mismo que quedarse en casa- es ceder esa vacancia a la educación privada, que ni se plantea la suspensión de clases y que explota, como muchas empresas, la crisis para sus propios fines, no por una apuesta convencida a la educación sino porque, concretamente, hay que seguir facturando; garantizando certificaciones, acreditaciones y notas desde una lógica acumulativa y mercantilista como si nada hubiera pasado, porque de lo que se trata, es de “ganar tiempo”, siempre de ganar, como dé lugar. Este avance a contrarreloj y sin miramientos por parte de algunas instituciones educativas privadas contribuye a profundizar las desigualdades, a marcar las distinciones y a marginar, aún más, a los que han tenido la desgracia de “caer en la educación pública”.

En el contexto de aislamiento físico que nos impone la pandemia, creo que la Universidad Pública se enfrenta a un gran desafío: el de construir un espacio público educativo que tienda a sostener y reconstruir los lazos, que brinde un ámbito de contención y sea una alternativa para educar en la solidaridad y en el cuidado. Se trata de reorientar los sentidos de la educación en un contexto de aislamiento y angustia, que, aunque virtual, esté enraizada en el mundo concreto, en la vida cotidiana, en la soledad, las angustias y las ansiedades que hoy nos atraviesan.
Esta apuesta debe ser fundamentada más que en la presión, en la convicción acerca del rol de la Educación pública como una de las trincheras clave en la batalla cultural para enfrentar no sólo a la pandemia, sino al neoliberalismo y su ideología de la meritocracia, la competitividad y el eficientismo;
Para confrontar lo que Rita Segato llama pedagogías de la crueldad, el contexto actual puede ser aprovechado para gestar una educación reflexiva, crítica, una zona de construcción de ciudadanía que, como exhorta nuestro colega Daniel Yépez, recupere el sentido de la política como el arte de lo posible, de lo necesario, una oportunidad de participar e intervenir en las grandes cuestiones que se están debatiendo hoy en el ámbito académico de las Humanidades y que son de todos, de la res pública.

Por otro lado, este espacio debería operar, además, como la posibilidad de desmantelar el sentido común irradiado por los medios masivos de comunicación, podría ser el escenario probable de un implacable ejercicio crítico que desenmascare la construcción de significados, que contrarreste los relatos y los montajes que irradian el terror, él pánico y la xenofobia, ese “ensañamiento de la muerte” del que nos habla Aldo Ternavasio; que pueda develar, además, la reinvención de los poderes y sus nuevos dispositivos de manipulación como lo están haciendo, por ejemplo, los seminarios abiertos por la cátedra de Publicidad.

En fin, pienso en un lugar común en el que se promueva desde lo educativo el respeto por la individualidad a partir de lo colectivo y la solidaridad y que no renuncie a la defensa de la libertad –ese tan profanado significante- sin perder de vista el cuidado del otro.

Pérdidas, producciones y abismos. Reflexión Dolores Marcos

Pérdidas, producciones y abismos

Dra. Dolores Marcos

/Cátedras Filosofía Social y Política y Pensamiento Filosófico/

Hay terror a la pérdida. Económica, de trabajo, de producción, de tiempo. Pareciera que seguimos considerando esta situación excepcional con los parámetros de una normalidad que el neoliberalismo construyó durante décadas, bajo los criterios de la eficiencia, de las ganancias, de las pérdidas. Como ha afirmado Elsa Ponce en un artículo reciente, en este momento donde todo se detiene, donde el imperativo es no movernos, la inercia de nuestros hábitos productivistas continúa exigiéndonos que sigamos aportando, que no cesemos en la actividad, que reconfiguremos nuestras casas para hacerlas oficinas, aulas, fábricas.

Las universidades nacionales se enfrentan, así, al enorme desafío de dar algún tipo de continuidad a la educación superior en tiempos de cuarentena. Para ello en gran parte del sistema universitario se han dispuesto estrategias de asistencia virtual, de educación a distancia, echando mano de una variedad de recursos. El objetivo es noble: continuar impartiendo enseñanzas con los medios tecnológicos al alcance. Sin embargo, hay una serie de dificultades no solo en la implementación, sino en las condiciones tanto de alumnxs como de docentes para sostener estos modos. Y no puede ser de otra manera, ya que la enorme mayoría de la oferta universitaria pública es presencial, de modo que no hay ni el saber hacer ni la información acerca de los recursos que unxs y otrxs tienen para enfrentar esta situación excepcional.

No se trata solo de recursos tecnológicos sino también del entorno que en algunos casos torna muy difícil encarar una tarea sostenida de vínculo pedagógico, aún virtual. En muchas casas se comparte el espacio doméstico 24 horas con familiares (en muchos casos menores) que requieren atención permanente.

Es loable la preocupación y los esfuerzos por brindar contención, acompañamiento y asistencia para que lxs estudiantes puedan seguir de algún modo con sus estudios. Esos esfuerzos se pueden entender dentro del marco de los cuidados que como sociedad debemos procurarnos solidariamente.
Pero no están dadas las condiciones para que estas modalidades reemplacen el vínculo pedagógico que implican las clases presenciales, principal vía de enseñanza aprendizaje de nuestras universidades. Por no mencionar (que sólo imagino, ya que no conozco en detalle), las dificultades para aquellas carreras que requieren insumos como laboratorios.

Retomando la idea inicial, hay un temor pavoroso a perder (situación que, además, hemos conversado en diferentes foros de docentes). A perder clases, a perder el año, a perder continuidad, a perder alumnxs. Y una ilusión de que los esfuerzos de docentes y estudiantes por continuar a pesar de todo, contra viento y marea, pueden aminorar esa pérdida, pueden vencer la sensación de abismo. Sin embargo, en la situación de excepción que atravesamos, en la que se trata de preservar la vida, es inevitable que, entre otras cosas, se pierda en educación superior. Asumir ese duelo sería el primer paso para pensar de manera más serena los modos de recuperar el tiempo de enseñar y aprender para que nadie quede afuera.

En tiempos de pandemia. Reflexión Griselda Barale

Reflexiones en tiempo de pandemia

Dra. Griselda Barale

/Cátedras Pensamiento Filosófico y Estética/

 

Como todos saben este virus que circula por el mundo nos atrapa en casa y no podemos estar juntos. Reflexionemos sobre esto que nos pasa.

Ya varios filósofos han escrito y opinado acerca de la cuarentena, de las prohibiciones, de las limitaciones de libertades y derechos, de mecanismos de control y muchas cosas más. Algunos son pesimistas, piensan que esto nos llevará a un mundo peor; otros son optimistas y dicen que será mejor después de esta experiencia global.

Les propongo una tercera alternativa, recordando palabras de un politólogo argentino ya desaparecido y también muy amigo, Ernesto Laclau, que en uno de esos encuentros de mucho charlar con rica comida y vino, pensando en Argentina en particular y Latino América en general, nos dijo: “yo soy un optimista moderado”.

Eso propongo que tengamos: un optimismo moderado, es decir no dejemos de valorar cosas buenas que tenemos o que pueden resultar de esto:

1) nuestro país tomó medidas muy rápidamente y hasta ahora, parece que está dando resultados positivos;

2) tenemos tradición de una salud pública, dotada de hospitales y centros de atención para todos los argentinos. Que el sistema salud tiene deficiencias, sí es cierto, pero podemos mejorarlos, dotarlos de todo lo necesario para esperar el peor momento si es que aún no ha llegado;

3) seguramente en estos días hemos descubierto que podemos prescindir de muchas cosas y esto nos puede hacer más frugales o, por lo menos, reflexionar acerca de qué necesitamos realmente para estar bien;

4) puede ser que se
fortalezcan lazos solidarios entre las personas de nuestro país y, también, entre los países más ricos y los más pobres;

5) seguramente tomaremos conciencia acerca de lo importante que es la ciencia y la tecnología y que no podemos “nunca más”, como país, desatenderla.

Pero por último, y lo que considero más importante, es que hemos sido capaces -como gobierno y como pueblo – de poner la salud por encima de todo otro interés. Que perderemos cosas, seguro; que nos costará salir adelante, no lo duden, pero cuando nos volvamos a encontrar lo mejor será que ninguno de nosotros falte, que estemos bien para que juntos le pongamos “pecho a lo duro que debemos afrontar”.

Pero dije “optimismo moderado”, porque no hay perder la actitud crítica, que los intereses férreos del neoliberalismo y el capitalismo no los desarma fácilmente un virus; que nunca faltan los que pescan cuando el río está revuelto; tampoco faltan los indiferentes al dolor del prójimo; no hay que olvidar que una enorme proporción de argentinos y argentinas no tienen las condiciones mínimas de vivienda para ese “estar en casa”, que es necesario trabajar para que todos logremos condiciones dignas de vida y que, el próximo virus, si lo hay, nos encuentre mejor que hoy.

Estudiar o enseñar, en todas y cada una de las carreras de la UNT y, en especial las de FFyL, nos debe servir para tener la mente abierta a los cambios; para tener una actitud atenta para no sucumbir ante dogmas, noticias falsas, o falsos profetas del pánico o la desesperanza; para no perder la espontaneidad de los sentimientos, pero no caer en sentimentalismos; en suma, para ejercitarnos en el pensar y escapar de todo facilismo de conciencia.

Y, que en este momento que emprendemos nuevos modos de relacionarnos profesores y alumnos, la premisa que nos aliente sea hacer un esfuerzo para optimizar esta nueva etapa sin sentir que debemos recuperar el tiempo perdido, el
tiempo es irrecuperable; sin caer en mandatos neoliberales como aquellos que pregonan que el hombre por encima de todo lo demás es “un sujeto productor”, que sin producción es menos que nada; que ese sujeto está al servicio de lo económico. Pensemos, en cambio, en un sujeto saludable; imaginemos la economía al servicio de ese sujeto saludable pues todo lo demás vendrá como consecuencia.

Y, en nuestro caso, pensemos que este es tiempo de pandemia no es tiempo académico, que cada “programa” de nuestras materias se cumplirá no cuando podamos abarcar todos los “contenidos”, sino cuando a través de esos contenidos alumnos y profesores reflexionen acerca de lo global y este modo aterrador de experimentarlo; de nuestros propios recursos culturales para afrontar lo global venga como virus, tecnología, ideología o sueños de futuro.

No hagamos de este momento una carrera desenfrenada para “no perder”, aceptemos la pérdida y evaluemos qué estamos ganando.